martes, 26 de octubre de 2010

CAMBIO DE AIRES

La chica miraba por la ventanilla del avión cómo Cuenca, el lugar donde se había criado, se alejaba hasta desaparecer por completo. Una lágrima se deslizó silenciosa por su mejilla y un montón de recuerdos se agolparon a la vez en su mente: cuando aprendió a montar en bicicleta, su primer día en el instituto, su primera impresión, las excursiones, cuando le regalaron a su perrita Maya, sus cumpleaños, sus amigos, su primer novio… Su vida. En cuestión de semanas la había dejado atrás. Era muy poco tiempo, mucho menos del que le hubiera gustado para despedirse de todo, pero debía conformarse con ello.
Suspirando, se secó las lágrimas e intentó serenarse para poder pensar con claridad pero, por más que intentó darse ánimos a sí misma, no pudo evitar echarse a llorar de nuevo.
Entonces notó una sacudida en el avión y, asustada, miró por la ventanilla intentando averiguar qué pasaba. Pronto se dio cuenta de que sólo estaban aterrizando.
Finalmente, la máquina se detuvo, los indicadores de los cinturones se apagaron y los pasajeros se levantaron de sus asientos.
Poco a poco, Avril y su padre fueron avanzando por el pasillo del avión hasta conseguir salir de él. Después de recoger las maletas, se encaminaron hacia la salida, donde Susana, la madre de la chica les estaría esperando con el coche.
- ¡¡Avril!! ¡¡Lucas!!
Un grito se elevó por encima del ruido del tráfico y las maletas. Era su madre. Padre e hija se dirigieron hacia ella, metieron su equipaje en el maletero del Panda rojo y entraron al coche.
Susana, que había ido meses antes para prepararlo todo, parloteaba alegremente en el asiento del conductor sobre Salamanca, que si era una ciudad preciosa, que si el barrio era muy tranquilo, que si el colegio de la “niña” era maravilloso, que si la casa era perfecta…
Avril no la escuchaba. Estaba sumida en sus pensamientos, intentando imaginar cómo sería su nueva vida, cómo afrontarla…
El frenazo del coche la sacó bruscamente de su ensimismamiento.
- ¡Ya hemos llegado!
La voz alegre de su madre le indicó exactamente lo que estaba pensando: su nuevo hogar.
La semanas siguientes se le pasaron volando mientras recogía sus cosas, limpiaba la casa, decidía dónde colocar esto o aquello, iba de compras, etc. El tipo de cosas que haces cuando llegas a un sitio nuevo.
El día del comienzo de las clases, Avril se levantó muy nerviosa, le temblaban las rodillas y no conseguía hacer nada a derechas. Sus padres estaban empezando a exasperarse pero intentaban que no se les notara para no ponerla todavía más de los nervios.
En la puerta del instituto, lista para entrar, la chica no conseguía reunir el valor suficiente para pasar a dentro. Tenía náuseas, se mareaba… Estaba histérica y pensaba que iba a salir corriendo de un momento a otro. Así que trató de tranquilizarse, se peinó el pelo con los dedos, se miró en la pantalla del móvil, comprobando su maquillaje, respiró hondo una, dos, tres veces y decidió abrir la puerta y entrar para enfrentarse a lo desconocido de una nueva vida, una nueva Avril. Mientras la puerta se cerraba tras la chica, se giró y, por un momento, le pareció ver que quedaba atrás una parte de ella, haciéndole compañía a sus recuerdos.
FIN